La Señorita de Gournay, Racan y el Cardenal Richelieu Relato

La Señorita de Gournay  Racan el Cardenal Richelieu

Estas historietas, referidas por Bois Robert, que imitaba el acento de Racan, eran muy bufonas y divertían mucho al cardenal. Así es que Bois Robert no dejaba nunca que careciese de ellas S. Em. y todos los días se las traía nuevas. 

La siguiente fué tambien una de las que mas divirtieron al cardenal.

Había en Paris, una soltera vieja llamada Maria Le Jars, señorita de Gournay, que nació en 1565, y que por consecuencia podía tener en aquella época unos setenta años. Ella misma refería, en una corta memoria que escribió sobre su vida, que á la edad de diez y nueve años, habiendo leído los ensayos de Montaigne, le acometió el mayor deseo de conocer al autor. Así es que cuando Montaigne vino á París, le envió un saludo al momento, declarándo lo mucho que estimaba tanto á él como á su libro. Aquel mismo día fue Montaigne á verla y darle las gracias, y desde entonces se estableció entre ellos el afecto que ella empezó á llamarle padre, y el la llamaba mi hija.

Esta señorita de Gournay se había hecho autora y había publicado un libro en el estilo de la época, y que sobrepujaba en pathos, a todo lo que se había escrito hasta entonces; este libro se intitulaba: La sombra de la señorita de Gournay.

Ahora bien, aun cuando como se ve, se había hecho autora ella misma, la señorita de Gournay, no había por eso dejado de conservar una alta admiración por los grandes poetas contemporáneos, excepto por Malherbe a quien detestaba, porque se había permitido criticar su libro. En consecuencia, luego que apareció su Sombra, la envió, según el uso en boga de aquella época, a varios grandes genios de aquel tiempo, y, entre otros, a Racan.

Cuando Racan recibió este gracioso envio de la señorita de Gournay, estaban en su casa, los inseparables: el caballero de Bueil e Yvrande. Adulado Racan por este recuerdo, declaró, delante de ellos, que al día siguiente, a eso de las tres, iría a dar las gracias a la señorita de Gournay. Hecha esta declaración, no fue perdida ni por Yvrande ni por el caballero, que resolvieron jugarle una treta á Racan.

En efecto, a la una del día siguiente, el caballero de Bueil se presenta y llama a la puerta de la señorita de Gournay. Una señora, que en calidad de dueña tenia consigo la vieja soltera, salió a abrir. De Bueil expuso su deseo de verá la señora. Mlle. Jamin, así se llamaba la dueña, entró al momento en el gabinete de la señorita de Gournay que estaba componiendo versos y le anunció que había un sujeto que quería hablarla.
—Pero quién es ese sujeto? preguntó la señorita de Gournay.
—No quiere decir su nombre, señora.
—Qué trazas tiene?
—Es un hermoso joven de treinta a treinta y cinco años, respondió Mlle. Jamin, y que tiene un aire muy decente.
—Hacedle entrar, dijo la señorita de Gournay; el pensamiento que iba a encontrar era muy hermoso, pero puede vuelva, mientras que quizá ese caballero no vuelva.

Cuando acababa este monólogo se presentó de Bueil.
—Caballero, dijo ella, os he hecho entrar sin preguntaros quien sois, sobre el informe que Jamin me ha dado de vuestra buena presencia, pero ya que estáis aquí, espero que tendréis a bien decirme vuestro nombre.
—Señorita, dijo el caballero de Bueil, me llamo Racan.

La señorita de Gournay, que no conocía a Racán mas que de nombre, le hizo mil cumplimientos, dándole gracias de que siendo tan joven y bien formado consintiese en incomodarse por una pobre vieja como ella; sobre lo que el caballero, que era hombre de talento, le hizo mil relaciones, que la aficionaron de tal manera, que llamó a Jamin para que hiciese callar a su gata que maullaba en el aposento contiguo. Por desgracia, los momentos del caballero de Bueil estaban contados. Al cabo de tres cuartos de hora de una conversación que la señorita de Gournay declaro ser de las mas agradables que había tenido en su vida, se retiro, cargado de cumplimientos sabre su cortesanía y dejando a la mocita entusiasta de él.

Era una disposición muy feliz para encontrar el pensamiento en medio del cual la habían interrumpido. Se puso. pues, a estudiar; pero apenas comenzaba su trabajo, cuando Yvrande, que espiaba este momento, se deslizo en el aposento, en seguida, penetrando hasta el santuario donde estaba la señorita de Gournay, abrió la segunda puerta, y viendo a la vieja que trabajaba, le dijo: 
—Entro con demasiada libertad, señorita, pero á la ilustre autora de la Sombra no se le debe tratar como al resto de los mortales.
—Hé ahí un cumplimiento que me agrada sobremanera, dijo la vieja asombrada volviéndose hacia Yvrande; lo apuntaré en mi libro de memorias; y ahora, caballero, continuó, qué motivo me procura el honor de vuestra visita?
-—Señorita, dijo Yvrande, vengo a daros gracias por el honor que me habeis hecho mandándome vuestro libro.
— Yo/ caballero, repuso ella, yo no os lo he enviado y he hecho mal; ciertamente, hubiera debido hacerlo. Jamin! Una Sombra para este caballero.
—Pero si ya he tenido el honor de deciros que tenia una, señorita, repuso Yvrande, y la prueba es que en tal capitulo hay tal cosa, en tal otro capitulo tal otra.
—Ah! eso me adula infinitamente, caballero; sois, pues, autor, cuando os ocupáis de esa manera en leer los libros que salen a luz.
—Si, señorita, y he aquí algunos versos míos que me conceptúo muy feliz en poder ofreceros en cambio de vuestro libro.
—Pero, dijo la vieja señorita, estos versos son de M. Racan.
—Así es; pues soy el mismo M. Racan y muy vuestro servidor, dijo Yvrande levantándose.
—Caballero, es burláis de mí, dijo la pobre señora llena de admiración.
—Yo! señorita, exclamó Yvrande, yo burlarme de la hija del gran Montaigne, de esa heroína poética de quien Lipse ha dicho: videamus quid sit paritura vírgo: (veamos lo que producirá esta musa) y el jóven Heinsius: Ausa virgo concurvere viris scandit supra viros. (La mujer que se atreve a luchar con los hombres se eleva por encima de ellos)
—Bien! bien! dijo la señorita de Gournay, conmovida mas de lo posible de esta colecciona de elogios: entonces el que acaba de salir ha querido divertirse conmigo, o quizá vos mismo sois el que quiere burlarse. Pero no importa: la juventud se ha burlado siempre de la ancianidad, y de todos modos me alegro infinito de haber conocido dos caballeros tan bien formados y de tanto talento.

No era la intención de Yvrande dejar que se creyese que su visita era una broma; así es que hizo tanto durante los tres cuartos de hora que pasó a su vez con la señorita de Gournay, que al separarse de ella, la dejó enteramente persuadida que, por aquella vez, había conocido verdaderamente al autor de las Bergeries.

Pero apenas había salido Yvrande, cuando llegó á su vez el verdadero Racan. La llave estaba en la puerta. Como era un poco asmático, entró ahogadísimo y se dejó caer en un sillón. Al ruido que hizo, la señorita de Gournay, que trataba de recordar aquel hermoso pensamiento que había huido ante el caballero Bueil, se volvió y vio con admiración una especie de arrendador que, sin decir una palabra,
soplaba y se enjugaba la frente.

—Jamin, dijo ella, Jamin, venid pronto aquí.
La dueña acudió al momento.
—On! mirad que figura tan ridícula, exclamó la señorita de Gournay no pudiendo desviarse vista de Racan y rompiendo en carcajadas.
—Sefiolita, dijo Bacan, que como debemos recordar no podía pronunciar las erres ni las ees; dentlo do un cualto de hola, os dilé polqué he venido aquí; pelo antes dejalme que descanse. Polqué demonios habéis venido a habital tan alto? Ah! qué altula, qué altula, señolita!

Fácilmente se comprenderá que si el rostro y el aire de Racan habían divertido mucho a la señorita de Guurnay fue otra cosa cuando oyó la arenga de la que hemos tratado dar una idea; pero en fin se cansa una de todo, hasta decir, y cuando á su vez hubo descansado:
— Pero, caballero, dijo, al cabo de ese cuarto de hora que me interrogáis, me diréis al menos lo que venís a hacer en casa?
—Señolita, dijo Racan, vengo a dalos glacias de vuestlo plesente.
—De qué presente? . '
—De vuestla Sombla.
— De mi Sombra! dijo la señorita de Gournay que empezaba a comprender el lenguaje que hablaba Racan, de mi Sombra?
—Si, cieltamente, de vuestla Sombla.
— Jamin, dijo la señorita de Gournay, os suplico que desengañéis a este pobre hombre, yo no he enviado mi libro mas que a M. de Malherbe, que me ha recompensado bastante mal para que deje de acordarme, y a M. Racan que acaba de salir de aquí.
— Cómo salil de aqui! exclamó Racan; pero si yo soy Latan.
— Cómo, que sois Latan?
— Yo no he dicho Latan, digo Latan.

Y el pobre poeta hacia infinitos esfuerzos para decir su nombre que, conteniendo por desgracia en sus cinco letras las dos que no podía pronunciar, estaba tan desfigurado que la señorita de Gournay hacia inútiles esfuerzos para comprenderle: llena en fin do impaciencia.

—Caballero, dijo, sabéis escribir! 
—Tomo si sé esclibil! dadme una pluma y veleis.
—Jamin, dad una pluma a este caballero. 
Jamin obedeció, dió una pluma al torpe visitador que, con los caracteres mas inteligibles y del mayor grueso posible, escribió su nombre Racan.

—Racan! exclamó Jamin.
—Racan! repuso la señorita de Gournay, vos sois Racan?
—Sí, replicó Racan encantado al verse comprendido, y creyendo que el recibimiento iba a cambiar de faz, cielto que sí.
—Oh! mirad, Jamin, vaya un personaje gracioso para tomar semejante nombre, exclamó furiosa la señorita de Gournay; al menos los otros dos eran amables y complacientes, mientras que este es un miserable bufón.
—Señolita, señolita, dijo Racan, qué significa lo que estáis ditiendo os suplico me lo digais.
—Esto significa que sois el tercero que se presenta hoy bajo ese nombre.
—No sé nada de eso, señolita, pelo lo que se es que soy el veldadelo Latan..
—Yo no se quien sois, repuso la señorita de Gournay, pero lo que se es que sois el mas tonto de los tres, y, Diantre! no consentiré que se rían de mí; entendéis?

Y concluido este juramento, arreglado por ella a su manera y según su gusto, la señorita de Gurnay se levantó é hizo con la mano una señal imperativa por la que le invitaba a salir.

No sabiendo Racan que hacer al ver esta invitación, saltó sobre un libro de sus obras y presentándoselo a la señorita de Gournay.
—Señolita, dijo, tan soy el veldadelo Latan, que si queleis tomal este liblo, os dilé del plintipio al fin todos los velsos que hay en él.
—Entonces, caballero, dijo la señorita de Gournay, es que lo habéis robado, así como el nombre de Racan, y os declaro que pediré socorro sino salís de aquí en este momento.
—Pelo, señolita....
—Jamin, hazme el favor de dar voces de ladrones.

Rican no oyó el resultado de esta petición, se colgó del pasamano de la escalera, y asmático como estaba, bajó rápido como una flecha.

Aquel mismo día supo la señorita de Gournay toda la historia. Juzguese cual seria su sentimiento cuando supo que había puesto en la puerta al único de los tres Racan, que fuese el verdadero. Tomo un carruaje prestado y corrió al día siguiente a casa de M. de Bellegarde donde habitaba Racan . Este estaba todavía en cama durmiendo; pero la pobre señorita tenia tal prisa por disculparse con un hombre a quien profesaba tan alta estimación, que sin dar oídos a lo que le decia el ayuda de cámara, entró en el aposento, se fue derecha a la cama y corrió las cortinas.

Racan se despertó sobresaltado, y encontrándose frente á la pobre señorita, creyendo que todavía lo perseguía, se arroja á toda prisa de la cama, corre en camisa á su gabinete de tocador, y una vez allí, cierra la puerta con llave, y escucha. Al cabo de un momento se aclaró todo. Supo que ya no eran reproches, sino excusas las que venia á hacer, y tranquilizado sobre las intenciones de la señorita de Gournay, consintió en salir. Desde aquel día Racan y ella fueron los mejores amigos del mundo. 

Bois Robert parodiaba admirablemente esta escena y a menudo lo hizo delante del mismo Racan, imitando el tartamudeo y dejándose caer en un sillón riendo y gritando: es veldad, es veldad, no hay nada mas veldadelo.

El cardenal, que conocía al héroe de esta historia, tuvo también ocasión de conocer ala heroína. 

Un día que vio un retrato de Juana de Arco, por bajo del cual había unos versos
—Son tuyos estos versos, Le Bois? preguntó el cardenal.
—No, monseñor, dijo este, son de la señorita de Gournay. 
—No es esa la autora de la Sombra? dijo el cardenal.
—Justamente, respondió Bois Robert.
—Pues bien! tráemela.

Bois Robert no faltó, y al día siguiente trajo a la señorita de Gournay, que tenia entonces cerca de setenta años, a casa del cardenal. Richelieu, que se había preparado para esta visita, le hizo un cumplimiento en palabras antiguas sacadas todas de un libro. Así es que ella conoció que el cardenal se quería divertir pero sin desconcertarse lo mas mínimo.

—Os reís de la pobre vieja, monseñor, dijo ella, pero reíos, reíos, gran genio, todo el mundo debe contribuir á vuestra diversión.

Sorprendido el cardenal de la presencia de espíritu de la vieja y del buen gusto de su cumplimiento, le hizo al momento sus excusas, y volviéndose hacia Bois Robert:
—Le Bois, dijo, debemos hacer alguna cosa por la señorita de Gournay; le doy  doscientos escudos de pensión.
—Pero, dijo Bois Robert, debo hacer presente a monseñor que tiene una criada.
–Y cómo se llama la criada?
– La señorita Jamin, bastarda de Amadis Jamin, el paje de Ronsard.
—Esta bien, dijo el cardenal, doy cincuenta libras anuales á la señorita Jamin. 
—Pero, monseñor, además de su criada, la señorita de Gournay tiene una gata.
—Y cómo se llama la gata?
—Piaillon, respondió Bois Robert.
—Doy veinte libras de pensión a Piaillon, añadió S. Em.
—Pero, monseñor, repuso Bois Robert, viendo que el cardenal estaba en vena de hacer concesiones, pero Piaillon acaba de parir.
—Y cuantos gatitos tiene? preguntó el cardenal.
—Cuatro, respondió Bois Robert.
–Vamos! añado una piastra para los gatos.

Este era, sin embargo, el mismo hombre que hacia caer las cabezas de Chalais, de Bauteville, de Montmorency, de Marillac y de Cinq-Mars.

Extracto de: Luis XIV y su Siglo (1844-1845)
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